miércoles, 6 de mayo de 2009

Las orillas envenenadas. Por Arthur stone.

Tal vez por desidia, el décimo día, sobre la octava hora, se abrió el mar entre los dos, y en el otro lado se quedaron todos los enjambres de abejas y los juegos sin precio, él sin embargo pareció escapar mejor y en su orilla alcanzó el éxito y la fama.
Habeís escuchado bien, todo un océano se extendía con todas sus barcas y sus olas.
La ciudad con cada una de sus normas se hizo su hogar y en ella pulularon los siervos y las damas. Los ruidos de los quehaceres ocuparon las mañanas comunes y las noches anónimas.Un canto de esclava se oyó por encima de los árboles y el enfado de los vientos lo llevó hasta más allá del promontorio.
El olvido recorrió las almenas y los rostros se volvieron indiferentes.
A pesar de todo al otro lado esperaba yo, su viejo amigo.

1 comentario:

  1. Estimado Sr. Stone,
    sigo con afán sus informes. Ahora estudio que los movimientos del corazón son dos: sístole y diástole, y lo demás, aparte de ser aleatorio, fluctúa.
    Me alegro que siga manteniendo esa manía por el bisturí y el escalpelo. Es delicioso dibujar.
    Parece que la máquina funciona. Habrá que seguir dándole de comer. Somos carnaza, eso nos cubre de glamour.

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