El desierto había estado silencioso durante una decáda, ni un solo ruido, ni siquiera un minúsculo dáctil había caído desde las indolentes palmeras y los beduinos comenzaban a preocuparse.
No muy lejos de allí, en el enorme palacio probablemente de algún jeque los pajes, sin poder evitar la gracia de sus levitas, nos miraban torciendo el gesto y pasaban sin resultados las bandejas de los canapés.
_¡Qué aburrimiento! gritaban a dúo las señoritas casaderas que se habían puesto monas para estar muy formales en aquel evento festivo.
Los más escépticos culpaban a la crisis de la falta de entusiasmo de los músicos y del lúgubre aire del cantante.
Yo sin saber por qué buscaba algún tipo de peligro para sentirme vivo, y paseaba por donde alguien hizo un ensayo nuclear, como un ser extravagante con un pantalón mojado que apestaba a humedad.
Mi chica más sensible, se preocupaba de los trabajadores y lucía una pancarta reivindicativa.
Mientras tanto las multinacionales financiaban en otro sitio la representación de alguna tragedia griega a la que nadie había asistido.
Pero lo curioso era, que eso no iba a durar mucho, por que a lo lejos, en lotananza, ya se podía ver la enorme cantidad de promesas que podían desprenderse del mago y de su séquito.
Traían con ellos los más bellos crímenes, la publicidad, los coches, las guerras, los genocidos, el racismo, los escándalos políticos, las nuevas enfermedades, y el serio proposito de entrenernos con los males de nuestros semejantes, de la estadística, y por estar siempre denostando a su rival quizá sin la menor posibilidad de que nos importe un pimiento.
El ciclo del agua
Hace 5 años
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