cuando me dormí soñe que escuchaba voces.
Las voces que me llamaban estaban presas del miedo. La verdad que cuando miré el lugar en cuestión, éste no podía eludir el aspecto entre un paisaje lunar y algo parecido a un cuento de Poe.
Había una extraña estructura con paneles solares que bien podría ser algo del diablo o del espacio.
Evidentemente estaba totalmente alejado y en la oscuridad también podía escucharse el inquietante ruido de una puerta abriéndose y cerrándose.
Pero si de algo sirve la literatura es para eliminar ciertos reparos hacia los monstruos y las apariciones de la noche.
Seguro que me comprendeís cuando os digo que yo disfrutaba de aquel ambiente lúgubre, de sus sombras, de sus ensoñaciones, y me era familiar su eco, encuadrado dentro del ámbito de la ficción.
Las voces continuaban llamándo y pidiendo llenas de pavor, mi ayuda. ¿Quíen serían.?
Eran dos. Tenían unos cuarenta años cada uno. Unos trabajadores que estaban instalando un sistema de seguridad que funcionaba con un rayo laser. Parece que a ellos no les gustaba tanto aquel ambiente romántico como a mí. Cuando finalmente me acerqué me contarón que habian oido extraños ruidos y me dijeron que como yo era el que velaba por su seguridad, debía ir a echar un vistazo. Di la vuelta bastante incrédulo. Evidentemente no había nadie, eran unos miedicas. Cuando volví me obligaron a quedarme con ellos. Creían que les iba a pasar algo. Ellos temían algo incierto, una especie de sensación que les prevenía contra lo que aquel lugar parecía exhalar...
Próbablemente pensaban que Jack el destripador podría aparecer en cualquier momento y cortarles la garganta. La gente tiene miedo cuando está en un lugar oscuro y no cuando fuma demasiado o pasa varias horas al volante porque quiere llegar pronto a la playa. Yo en cambio lo tenía hacia algo tan prosaico como los coches apilados por todo el recinto, que estaban allí por culpa de los accidentes. Eran cientos tal y estaban como los dejaron sus dueños, cada uno con una historia propia, que podía leerse en todos sus enseres, con un aire inenarrable, sobre la panóramica de lo que se dejaron allí y nadie reclama, con los CD de sus grupos preferidos y las gafas de sol, con sus pañuelos, sus botellas de agua, o los patinetes de los niños y las cremas antienvejecimiento de sus mamas. Un buen aviso para todos los que somos aficionados a conducir.